Ya en una nueva temporada de pesca de salmónidos, las órdenes de vedas de las distintas Comunidades Autónomas vuelven a reflejar la evolución de la gestión pesquera en nuestro país. Pese al tradicional continuismo, este año encontramos algunas novedades importantes, como puede ser el impulso claro de la pesca sin muerte de la trucha autóctona en Andalucía, las medidas para atenuar la presión pesquera en Navarra, o el aumento lento pero constante de los tramos libres sin muerte en Castilla y León. Además soplan nuevos y esperanzadores vientos de cambio en Cataluña, que por fin se lanza a actualizar la legislación en su territorio, lo cual esperamos que ponga punto final al “modelo” de gestión insostenible y socialmente injusto de la última década que, al margen de los sabidos escándalos, ha contribuido más bien al deterioro de los recursos pesqueros en esta Comunidad.

No se puede responsabilizar a los gestores de la pesca de los muchos males de nuestros ríos, donde confluyen diversas competencias. Salvo en aguas interiores de algunas regiones, el Ministerio de Medio Ambiente manda en el continente, el medio físico; mientras que los organismos autonómicos ambientales y de pesca lo hacen sobre el contenido, la vida del río. Hasta el momento los gestores de la pesca raramente toman muchas de las decisiones que realmente afectan al hábitat de los peces, y la actuación de las autoridades y la necesaria cooperación entre administraciones del Estado generalmente no se orientan a cuidarlo y restaurarlo. Otra cosa es que nuestros gestores de pesca realmente apuesten por conocer y usar de forma sostenible los recursos naturales renovables de los ríos en lo que sí es su competencia, es decir en la regulación y el manejo de la pesca recreativa.

Existe un cierto consenso entre el colectivo de pescadores -y entre los mosqueros es un sentir casi unánime- de que las cosas no van bien, que se va haciendo cada día más difícil disfrutar de nuestra afición en aguas sanas con peces en calidad y cantidad, que tramos que albergaron buenas poblaciones empeoran o se encuentran bajo mínimos. Todos estamos de acuerdo en que queremos seguir pescando, pero cada uno tenemos una visión de la situación y opinamos sobre lo que habría que hacer. Lo cierto es que algo hay que hacer… y además es que hay mucho que hacer! Cuando hablamos de ecosistemas fluviales y de seres vivos no vale el método de prueba y error porque los errores pueden traer consecuencias imprevistas e irreversibles, así que en principio tendríamos que ser prudentes. Desde luego, la prioridad de las administraciones debería ser cuidar lo que todavía conservamos y el nuestro de disfrutarlo siendo conscientes del impacto que como pescadores producimos sobre las poblaciones de peces. Aquel tópico de que la caña no hace daño hace ya años que se demostró falso; la presión pesquera sobre las poblaciones, teniendo en cuenta la reducción de las zonas naturales de pesca de salmónidos y el incremento exponencial del número de licencias, probablemente es aún más intensa de lo que pensamos. Sólo hay que analizar muestreos de poblaciones –cuando existen- antes y después de la temporada de pesca para ser conscientes del impacto de la pesca que, finalmente y en alguna medida, es sobre el conjunto del ecosistema. Otro de los puntos en el que casi todos los pescadores estaremos de acuerdo es la contaminación que el progreso mal entendido ha provocado y de la cual es muy posible que no hayamos empezado sino a vislumbrar algunas de sus posibles consecuencias. No sólo son los vertidos agropecuarios, industriales y urbanos a los ríos, sino también las emisiones a la atmósfera, con efectos a escala tanto regional como global como la lluvia ácida, el debilitamiento de la capa de ozono, el efecto invernadero y el cambio climático. Podemos hablar también del impacto de las infraestructuras hidráulicas y la gestión del agua, que hemos repasado en anteriores artículos: todos esos cauces cortocircuitados y secos, esos desembalses con sus graves efectos para nuestras poblaciones de peces y para nosotros mismos, a veces con desgraciadas consecuencias personales que no podemos olvidar. El caso es que los riesgos y amenazas al medio ambiente de nuestros ríos y peces no han hecho sino crecer en las últimas décadas, y van en aumento.

Pero ya hablando de la “pesca” en sí, el furtivismo es otro de los muchos factores que inciden sobre las poblaciones de peces, sobre todo de trucha y salmón. Aunque en su facción más virulenta está disminuyendo con la casi generalizada prohibición de comercialización, la pesca ilegal habitual –los tres de siempre- o puntual –los del verano- sobrevive seguramente mucho más de lo que desearíamos en numerosos tramos salmonícolas poco o nada vigilados. Al hilo de ello, parece claro que la falta de guardas en los ríos, en número, formación y horario laboral adecuados, así como la escasez de medios en las Administraciones Públicas que gestionan la pesca continental, son los otros dos problemas fundamentales a juicio de la mayoría de los pescadores.

Sin embargo hay otros temas que no generan tanto acuerdo entre los pescadores. Por ejemplo, el problema de las especies foráneas, algunas de ellas introducidas legalmente hace décadas y la mayor parte de forma ilegal. Esos lucios, black bass luciopercas, siluros, percasoles, pecesgato, etc., etc. que sin duda han afectado a nuestras poblaciones de peces y por ende a sus hábitats, especies muchas veces olvidadas en su valor tanto biológico como deportivo. Otro punto que crea grandes controversias se refiere a la participación de las agrupaciones de pescadores u otras entidades privadas en la gestión de los tramos de pesca y, en definitiva, cómo y hasta dónde podemos implicarnos como usuarios de los ríos y los peces en su cuidado y mantenimiento. Pensamos que hay que hacerse una reflexión sincera sobre los verdaderos motivos de determinadas apetencias gestoras que, a la luz de los hechos, en general no parece que pasen precisamente por favorecer una pesca de calidad en unos ríos sanos, sino que más bien responden a intereses corporativos y de negocio.

Por último, eso que de lo que todos hablamos pero que muchas veces no apreciamos en su verdadera dimensión: las repoblaciones. Pensemos en las ingentes cantidades de truchas y salmones de piscicultura que se han echado a nuestros ríos, que no sólo no han conseguido mantener ni mucho menos mejorar los recursos pesqueros, sino más bien deteriorarlos. Aparte otras implicaciones de las repoblaciones de suplemento y la acuicultura masiva en los tramos salmonícolas, en ocasiones con gravísimos e irreversibles efectos, es un hecho que una parte fundamental de los recursos destinados a una gestión de la pesca por cierto económicamente muy deficitaria, se suelen dedicar a la compra de peces para los intensivos, cotos que por cierto no siempre se ubican en ambientes más o menos artificiales ni mucho menos despoblados de genes autóctonos. Todo y eso sabiendo que las únicas medidas de gestión que se han mostrado capaces de mejorar y mantener los recursos pesqueros y la biodiversidad fluvial a largo plazo, bien se han dirigido a cuidar y restaurar el hábitat, o bien a regular la presión de pesca ajustando las capturas para permitir la renovación y mantenimiento de las poblaciones. Dentro de esta última línea de gestión entra la captura y suelta o pesca sin muerte que, si bien para muchos de nosotros es una forma de entender la pesca, para los técnicos es un instrumento que limita el impacto de la pesca sobre las poblaciones. Desde luego no es la única medida que se puede adoptar para reducir la presión pesquera y favorecer la reproducción natural de los peces. Sigue viva cierta inercia que frena el avance de otras medidas alternativas que ya se han mostrado útiles en otros países para favorecer la supervivencia y el desove, como por ejemplo establecer tallas máximas de captura en lugar de las sempiternas tallas mínimas. En algunas comunidades vemos cómo se sigue gestionando con los únicos mimbres de la inercia y la intuición, imponiendo normas sin justificación técnica, muchas veces para contentar a ciertos colectivos. Los pescadores queremos reglas sencillas de entender y cumplir, pero también necesitamos normas bien adaptadas a cada tramo de pesca en función de la presión pesquera que pueda sostener. Se trata de pescar, sí, pero dejando que el río y los peces hagan su tarea.

Todos queremos seguir disfrutando de nuestra pasión, así que hemos de pensar en lo que cada uno de nosotros puede hacer; plantearnos que somos usuarios y no propietarios de los ecosistemas fluviales ni de los peces; que hemos de hacer compatible el aprovechamiento pesquero con el mantenimiento de los hábitats fluviales y su biodiversidad silvestre. Ello implica analizar las cosas a largo plazo, al contrario de lo se hizo y de lo que se sigue haciendo en demasiados casos, a pesar de los errores irreversibles que estamos pagando. Sepamos que no disfrutaremos de una pesca de calidad sin conservar y recuperar los ecosistemas: con ríos vivos, tendremos una pesca de calidad; si no dejamos que el río y sus poblaciones se puedan autosostener y pretendemos sacar peces a costa de lo que sea, pues ya sabemos lo que un día nos tocará: pagar más para pescar domésticos allá donde no puedan dañar a los salvajes, ya que la sociedad se cansará de subvencionar esta pesca, igual que la que agota los recursos naturales.

Evidentemente el futuro de la pesca exige muchos cambios en diferentes esferas. Gracias a la ventana que nos ofrece DÁNICA, que agradecemos públicamente, desde AEMS–Ríos con Vida vamos a participar en el necesario debate exponiendo nuestra visión de los problemas de los peces, la pesca y los pescadores, temas que abordaremos en próximos números para incitar la reflexión de los lectores.

Artículo publicado en el número 21 de verano de la revista de pesca a mosca Dánica. Junio de 2005.